25 de febrero
Recuerdo, amor mío, que dejé Brunstruech con el viento, el mismo viento del norte que alzó al vuelo tus cenizas sobre el bosque, perdidas entre los copos de nieve.
Mi misión había terminado: la cúpola kalikamaísta había caído: La secta fué desmantelada y el arma del holocausto encerrada en una caja de seguridad. sin código ni etiqueta, oculta en lo más recóndito de un almacén secreto del Gobierno británico.
Tras de mí sólo quedó una fotografía de la uténtica Isabel de Alsasúa, grapada en un recorte de un periódico argentino que se hacía eco de tu boda con un tal Fernando Ocón: De mi puño y letra un escueto "lo siento". No fuí capaz de escribir nada más para la Gran Duquesa viuda Alejandra. No fui capaz de escribir nada más para nadie.
1915
Ahora que todo ha acabado, amor mío, ya sabes que te quise y que te quiero. Es demasiado tarde, lo sé, y tu muerte es el castigo de mi indolencia.
¿Qué me queda ahora? Un camino sin destino y una existencia sin ti. Con esta carga viajaré hasta el final de mis días. Hasta entonces, tengo una historia de esperanza en la que apoyarme al anadar:
Alguien me dijo una vez, allá donde los vientos arrastran las plegaias de los hombres, donde los dioses moran en las cumbres nevadas de las montañas, donde vivir es aspirar a Dios y morir es encontrarse con Él, que la vida es un ciclo que nunca se acaba: siempre que una vida se apaga se ilumina otra en su lugar; ése es el verdadero regalo de los dioses.
Ahora, amor mío, ahora por fin lo entiendo.
Una dama en juego, Carla Montero Manglano
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